Hace unos días escuchaba una charla de Susan David, doctora en psicología, quien define las emociones como datos que contienen información relevante, pero que no determinan lo que tenemos que hacer.
Agradecí poder rememorar, una vez más, que yo no soy mis emociones, que es muy saludable estar abierta a ellas y ser compasiva conmigo misma. Y que aporta mucha riqueza aprender de los mensajes que traen implícitos esas emociones.
Nuestro entorno suele llevarnos a que evitemos nuestra emocionalidad cuando, en realidad, nuestras emociones son absolutamente necesarias para adaptarnos y desarrollarnos como seres humanos. Quizás uno de los ejemplos más evidentes sea el miedo que, en su justa medida, nos previene a no adentrarnos en riesgos exagerados, pero también a seguir ahondando en aquello que nos puede estar faltando. De este modo, el miedo a ser rechazadx, a no estar a la altura de las circunstancias, a exponer una opinión o punto de vista... puede ser muy limitante, pero también un instigador a seguir invirtiendo en mi propio crecimiento. Como siempre ocurre, en el equilibrio encontraremos la mejor formulación.
Una gran fuente generadora de emociones es todo lo tocante a nuestras expectativas. Pretender tener éxito, salud, un buen trabajo, ser una buena madre o padre, mantenernos en forma, etc. Es algo tremendamente agotador que puede generarnos un buen número de emociones desagradables.
Es mucho mejor aterrizar al máximo nuestras expectativas y tener presente que, la gran mayoría, hacemos lo que podemos si tenemos en cuenta la educación que hemos recibido, el entorno en el que hemos crecido, las circunstancias vitales con las que lidiamos o los recursos con los que contamos. Poder decir «estoy en este momento», soltando culpa y remordimientos, es del todo liberador y no tiene nada que ver con la resignación, sino con la aceptación que me va a permitir seguir tomando acción para ir mejorando los aspectos que desee.
Otro concepto que quiero destacar de la charla de Susan David es este: detrás de las emociones que más nos cuestan, hay signos de las cosas que más nos importan. Algo así como que cada emoción difícil lleva empaquetado un valor. Potente, ¿verdad? Veamos un par de ejemplos:
Detrás de esa emoción molesta de «sentirme solx» a menudo se agazapa el valor que le demos a la conexión auténtica con otras personas.
O bien, más allá de la frase «me aburro en el trabajo» puede haber ese precioso valor que le doy al crecimiento profesional y que no estoy experimentando en estos momentos.
Percibo claramente que con esta mirada hacia nuestras emociones se abre un interesante camino para gestionarlas y alinearnos con aquello que realmente nos importa, con lo que constituir una sólida base acorde con nuestros valores y principios.
Para finalizar, atisbo del todo necesario aceptar que nuestra condición humana conlleva sentir un amplio abanico de emociones, buena parte de ellas desagradables. Dejar un espacio en nuestro interior para que puedan expresarse y bucear en el significado profundo que puedan entrañar, parece una buena fórmula para dejar de batallar con ellas.
Porque no se puede tener una carrera significativa, formar una familia o mejorar el mundo en que vivimos sin momentos de malestar. Solo cuando nos abrimos a preguntas del tipo qué me está diciendo esa emoción que pueda ser importante para mí, empezamos a tener respuestas que nos ayuden a evolucionar.
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